jueves, 31 de julio de 2008

TEXTO

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“En las escotillas, a contraluz del cielo que franqueaba los barrotes de las enormes puertas, nuestras siluetas se movían lentamente. En silencio se vivían escenas de piedad en torno al torturado. Como recién bajado de una cruz, se le atendía con ternura. Aparecían las frazadas. Para que estuviera abrigado, para que el cuerpo cayera sobre algo blando, para que apoyara la cabeza. Un sudario de lana, sucio, con olor a miedo. Nos sentíamos iguales. Por ello, para quienes no habían sido interrogados las marcas de la tortura era una prefiguración terrorífica de lo que podía pasarnos. Con los enfermos, los compañeros parecían padres atendiendo niños afiebrados que necesitaban que alguien les acariciara la cabeza, los abrigara o les pasaba un pañuelo mojado por la frente. Había una dedicación al amigo reciente, al desconocido de quien sólo se sabía que lo habían torturado.”…

Fragmento del libro "La Frazada" de Jorge Montealegre.
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